Aún recuerdo mi Primera Comunión. Mis amiguitas y yo (en aquel entonces todos eramos amiguitos y amiguitas) llevábamos largos vestidos blancos de aflorados encajes, cintillo de flores blancas en el pelo y zapatitos blancos cerrados. Parecíamos angelitos sacados de una revista de novias, con nuestra vela y catequismo en mano.
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Si algo es cierto, entre vestidos, faldas y tacones, unos pantalones y unos flats (tal vez me pase al usar flats) marcan la diferencia. Yo me presenté de la manera más sencilla y decente, pero sin dejar de ser elegante. ¿Y saben qué? Recibí el mismo Espíritu Santo que los demás recibieron. Sin importar tu ropa o tu peinado; tu disposición, tu fe y tu deseo de confirmación es lo que cuenta.
Aquí te va una frase: NUNCA TENGAS MIEDO A SER DIFERENTE.
P.D.: Dedicatoria especial a aquellos que entienden que la moda es un suplemento y que la persona no se define por como viste.
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