Aún recuerdo mi Primera Comunión. Mis amiguitas y yo (en aquel entonces todos eramos amiguitos y amiguitas) llevábamos largos vestidos blancos de aflorados encajes, cintillo de flores blancas en el pelo y zapatitos blancos cerrados. Parecíamos angelitos sacados de una revista de novias, con nuestra vela y catequismo en mano.
Ahora, 6 años después, recibimos el sacramento de la Confirmación y el panorama es completamente diferente. ¿Qué paso con las florecitas y zapatitos? Al parecer, el tiempo los transformó en vestidos cortos y tacones altos. Al entrar a la parroquia no sabía si estaba en un lugar sagrado o en un desfile de modas. Debo admitir que mis amiguitas estaban bellísimas, aunque algunas vestían algo exageradas para la ocasión. Me puedo imaginar la cantidad de abuelas diciendo: "En mi tiempo uno no podía ir así a la Iglesia, ¡cuánto han cambiado las cosas!"
Si algo es cierto, entre vestidos, faldas y tacones, unos pantalones y unos flats (tal vez me pase al usar flats) marcan la diferencia. Yo me presenté de la manera más sencilla y decente, pero sin dejar de ser elegante. ¿Y saben qué? Recibí el mismo Espíritu Santo que los demás recibieron. Sin importar tu ropa o tu peinado; tu disposición, tu fe y tu deseo de confirmación es lo que cuenta.
Aquí te va una frase: NUNCA TENGAS MIEDO A SER DIFERENTE.
P.D.: Dedicatoria especial a aquellos que entienden que la moda es un suplemento y que la persona no se define por como viste.
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