domingo, 4 de marzo de 2012

The Help

Sirvienta, trabajadora doméstica, ayudante, doña… como decidas llamarla. Todos hemos tenido alguna vez alguna señora trabajando en nuestras casas. Asean, lavan los platos, sirven de mayordomo en nuestras fiestas, lavan, planchan, nos cuidan de pequeños… todo esto por un miserable salario.La humanidad ha avanzado en materia de derechos, igualdades y trabajos dignos. Sin embargo, pareciera que nuestra sociedad continúa imitando los patrones en que vivían los blancos y negros americanos de mitades del siglo XX. Los negros siempre subordinados de los blancos.

En la modernidad dominicana, no se toma tanto en cuenta si eres negro o blanco. Más bien, se trata del poder del dinero. ¿Tienes dinero? Entonces eres más importante que el que no tiene. Así nos manejamos. ¿Qué derechos pueden haber en una sociedad con esta mentalidad?

La película “The Help” me hace pensar en mí. En las comodidades que tengo y que las más de 10 trabajadoras domésticas que han pasado por mi hogar no tienen. Han sido tantas que hasta sus nombres confundo. Ni siquiera me da el tiempo para encariñarme con ellas. Tan solo con una. Recuerdo aquella joven con quien jugaba parchés TODAS LAS TARDES. Adoraba esos momentos. Y aun así, le daba tiempo para hacer de todo. 

En las noches prefería ir a su pequeña habitación en la parte trasera del apartamento y quedarme viendo televisión con ella, aun teniendo una propia en mi habitación. Fueron tiempos buenos. También recuerdo los coleros que me hacía para el pelo, todas las veces en que me corregía (no, no me dejaba hacer todo lo que quería). Y aquella vez en que me ayudó a prepararle un regalo a mami para el día de las madres.

Admito que era muy egoísta. Pensaba que el trabajo de las señoras era limpiar mis desastres, atender mis necesidades, arreglar mi cama, cocinarme y estar siempre ahí por si se acercaba el fin del mundo. Pero según crecí me di cuenta de que no estarán para siempre, que unas vienen y otras van, que no son más que una pequeña ayuda… caí en la realidad de que debía aprender a hacer mis cosas por mi propia cuenta. No me molesta fregar, limpiar, lavar, aun si la “doña” está en casa. Aunque no siempre puedo ayudar con los quehaceres del hogar por las otras múltiples responsabilidades que tengo y el poco tiempo que duro en mi casa. 

Por otro lado, me entristece ver cómo mi hermano pequeño se comporta justamente como yo me comportaba cuando era más inocente e inmadura, “vengan todos a servirme”.

Uno de los mayores problemas que tengo en mi hogar es el “sexismo”. No puedo creer que en pleno siglo XXI, un siglo caracterizado por la apertura de pensamientos y por la lucha por la igualdad de género, todavía en el seno de las familias se enseñe que las madres e hijas tienen que encargarse de ser excelentes “amas de casa”. Si bien yo tengo que ayudar, mis hermanos y mi padre también deberían hacerlo. ¿No que somos iguales?

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